Después de varios meses pensando cómo se cuenta eso de mudarse de ciudad y casi de vida, y sin asegurar que llegue a hacerlo, si hay algo que quiero ir reflejando en próximos post, que son esas pequeñas cosas del dÃa a dÃa, que sorprenden, que no te esperas y que vas conociendo a medida que vives, es decir, esas pequeñas cosas, poco significativas en la narrativa de lo que es una gran ciudad, pero que marcan las diferencias y en muchas ocasiones sacan la sonrisa, asà que todo irá dentro de la categorÃa “las pequeñas cosas“.
Por eso, para empezar diré que cuando llegué, teniendo la suerte de tener amigos en la ciudad, un dÃa me invitaron a comer, lo normal es preguntar la dirección, asà fue me la pasaron, una dirección donde sólo aparece el nombre de la calle y el número, no hay piso. Raro.
Se habrán olvidado. Volvà a preguntar, me añadieron que su apellido era X y que pulsara al timbre donde figurara el nombre.Raro. No entendÃa.
Se referÃan a eso, los telefonillos no tienen números, sino los apellidos de las personas a nombre de quien está el contrato, teniendo en cuenta que en muchos casos la gente está realquilada, es un verdadero lÃo. Pero una vez las puertas de la calle están abiertas, toca lo siguiente, saber donde tienes que ir, qué escalera, qué piso, qué puerta. Para eso no hay respuesta, sube y verás, llama de nuevo a tus amigos y que te digan, sigue tu intuición, pero no verás nada que te guÃe donde ir una vez has atravesado la puerta del portal.
Caray. Es de pelÃcula de ensayo. Quizas podrÃa arreglarse ese problema con migas de pan por la escalera de la casa…